Por Sebastián Henríquez
Desde Mendoza

Tiene los mejores elementos simbólicos de la obra de Conti: el mar, el río, los barcos, el vagabundeo, la música, el devenir, el arte. Pero, por primera vez, logra emerger en su escritura la potencia de lo que puede ser. En Mascaró, la culminación de la poesía y de la transformación no puede ser otra cosa que la revolución. Escapando de las fórmulas previsibles, Conti logra que sus personajes se den cuenta de lo que están haciendo después de hacerlo. Descubren lo que han hecho cuando constatan sus efectos y sus resultados se les revelan por sí mismos. Su dialéctica no tiene fisuras ni grandes discursos. Lo que el Gran Circo del Arca va despertando en otros/as, finalmente los alcanza y los interpela a ellos/as, también, a ser otros/as.
En América Latina, abunda la literatura de denuncia (ficcional o testimonial) que no pudo nunca dar cuenta de un proceso de transformación. En el mejor de los casos, muestran las cosas cómo son (a los hombres y mujeres como producto de sus circunstancias), pero no logran articular los procesos vitales, sociales, subjetivos y objetivos, que hacen que las cosas se muevan y puedan ser de otra manera (los hombres y mujeres que cambian sus circunstancias). Sólo Conti encontró la forma de hacer del cambio una poética. Lo hizo en esa novela maravillosa, que tiene, como toda la obra suya, un lirismo pleno, exaltante. “La vida es un puro suceso”, brindan. Y proclaman: “El arte es una entera conspiración”.
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