Por Sebastián Henríquez
Desde Mendoza
Deben haber pasado 8 años desde que leí por primera vez Mascaró, el cazador americano (1975) de Haroldo Conti. La experiencia de leerlo fue tan intensa y plena que, contrariamente a la lógica lectora, casi no lo he vuelto a leer, salvo ciertos fragmentos muy específicos. Leerlo fue una experiencia completa de un momento y temo contaminar esa totalidad. Pero me gusta mucho hablar de esta novela y seguir insertándola en el presente. Fue lo última que Haroldo escribió y fue su máximo entusiasmo. En ella, realiza la tantas veces frustrada tarea de sintetizar la fascinación por la vida con la pasión por cambiarla. Mascaró es lo más cercano (que yo haya leído) a una ficción revolucionaria. Hasta ella, sus anteriores novelas competían entre sí para ver cuál era más triste, fatalista y/o pesimista. Mascaró, en cambio, es un desborde de vitalidad que surge de lo más entrañable de sus cuentos y de sus personajes derrotados, ahora en un camino circense e itinerante que termina en “guerritas” y actos de rebeldía que combinan las balas y las letras, dos formas de magisterio, según el Príncipe Patagón. Así, los mismos personajes (con sus mismos nombres, en algunos casos) que antes habían sido derrotados en cuentos y novelas perfilan una revancha llena de plenitud.
Tiene los mejores elementos simbólicos de la obra de Conti: el mar, el río, los barcos, el vagabundeo, la música, el devenir, el arte. Pero, por primera vez, logra emerger en su escritura la potencia de lo que puede ser. En Mascaró, la culminación de la poesía y de la transformación no puede ser otra cosa que la revolución. Escapando de las fórmulas previsibles, Conti logra que sus personajes se den cuenta de lo que están haciendo después de hacerlo. Descubren lo que han hecho cuando constatan sus efectos y sus resultados se les revelan por sí mismos. Su dialéctica no tiene fisuras ni grandes discursos. Lo que el Gran Circo del Arca va despertando en otros/as, finalmente los alcanza y los interpela a ellos/as, también, a ser otros/as.
En América Latina, abunda la literatura de denuncia (ficcional o testimonial) que no pudo nunca dar cuenta de un proceso de transformación. En el mejor de los casos, muestran las cosas cómo son (a los hombres y mujeres como producto de sus circunstancias), pero no logran articular los procesos vitales, sociales, subjetivos y objetivos, que hacen que las cosas se muevan y puedan ser de otra manera (los hombres y mujeres que cambian sus circunstancias). Sólo Conti encontró la forma de hacer del cambio una poética. Lo hizo en esa novela maravillosa, que tiene, como toda la obra suya, un lirismo pleno, exaltante. “La vida es un puro suceso”, brindan. Y proclaman: “El arte es una entera conspiración”.
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