Ayer 24 de mayo de 2011, Julián Antillanca cumpliría 21 años, tenía “toda la vida por delante” como se suele decir. Pero quienes integran las fuerzas represivas decidieron que no: por morocho, por joven, por portación de apellido. Y como pasa todos los días en este país y en otros, un joven fue asesinado a palos por la policía. Esta vez se llama Julián, como antes se llamó Luciano, Iván, Miguel, Walter, o después Guillermo y la lista está siguiendo en este momento en el que un pibe y medio por día muere a manos del llamado “gatillo fácil”, y otro/as son torturados quedando con lesiones de por vida. Las cifras no alcanzan a expresar el dolor de cada familia, de cada amigo, de cada vecino que pierde un afecto. La familia de Julián , se quedo sin un hijo, un hermano, un sobrino, un primo…pero no solo se quedaron sin Julián y con la inmensa e inigualable tristeza. También se quedaron con serias dudas sobre las versiones oficiales que lo volvían a matar mintiéndonos a todo/as al decir que había muerto de un coma etílico. Por eso su papá, César Antillanca, pidió, preguntó, mando a hacer otra autopsia, golpeó puertas, pidió entrevistas, viajó, hablo, escuchó, siguió la investigación paso a paso y está demostrando judicialmente que a Julián –“se sabía”- lo mató la policía.
En ese duro periplo, César se encontró con dos cosas: primero, con que la muerte de su hijo no se debió a un exabrupto de agentes policiales, sino que esa brutalidad es parte inherente de la función policial de controlar a los pobres y a los que luchamos para salvaguardar los privilegios de los ricos. Y de a poco descubrió también que esa violencia no sólo alcanza al poder de policía sino al político que encubre, sostiene y hace lo imposible por defender a sus perros de caza.
Pero César también se encontró con un pueblo dolorido, indignado, que se organiza y lucha porque no está dispuesto a naturalizar la muerte como forma perversa de seguir la vida.
De eso se trató la marcha de ayer, de festejar la “buena vida” que tuvo Julián y de encender antorchar para iluminar lo que las instituciones no quieren ver. Cerca de mil personas marchamos, cantamos, gritamos con el dolor por la muerte y con la alegría de sabernos muchos y distintos pero iguales ante la injusticia: no ha lugar. César es un hombre bueno y firme que inspira a no bajar los brazos a no ponerse tristes, que entiende que la cosa cambia desde abajo, colectiva y organizadamente. Fue una marcha de la unidad, de lucha y de mucho valor, porque “el caso Antillanca” reafirma una vez más que los derechos humanos se garantizan para todo/as o no están garantizados para nadie. Y eso es lo que la marcha reclamó alto, fuerte y luminosamente.
Por la noche las actividades se trasladaron a la Biblioteca “Rodolfo Walsh”, donde más de doscientas personas siguieron con atención el documental “Yo sabia” (sobre el asesinato de Walter Bulacio por parte de las fuerzas represivas y el proceso de luchas sociales para lograr justicia) y participaron en un rico debate. César comenzó exponiendo el preocupante marco de sistemáticos abusos, torturas y asesinatos policiales sobre jóvenes de los barrios de nuestro país. En el debate se volcaron otros elementos, como el ataque que sufren las comunidades de Pueblos Originarios, el componente económico de esta represión que busca acallar las protestas sociales contra grandes proyectos capitalistas -como el negocio minero-, la necesidad de unirse para luchar y dar respuestas orgánicas a estas problemáticas, entre otros aspectos. En ese sentido desde el Consejo Social de la Universidad se recalcó la importancia de un Observatorio de Derechos Humanos que pueda denunciar en forma constante los casos de violencia institucional.
Luego las actividades culturales comenzaron a con Ragga Sur que, como siempre, se comprometió con la lucha por Justicia, y dio un gran recital con canciones sobre la libertad y contra el autoritarismo. Rica Pereda realizó un variado repertorio musical, de zambas, chacareras y tangos que iluminaron la noche. Y cerró, ya avanzada la madrugada, Satélite, dejando en todo/as los que participamos de esta jornada la certeza de que, a pesar de tanto dolor, la lucha sigue, y que debemos afrontarla con alegría, con fuerza, y con el convencimiento de que no habrá OLVIDO NI PERDÓN para los asesinos de nuestro pueblo. Las palabras de César lo resumen perfectamente: “Ellos tienen una libertad que no le podemos conceder. Ellos tiene la libertad de quitarnos la alegría de un día para el otro. No dejemos que tiñan nuestros días de melancolía. No dejemos que se lleven nuestra alegría. ORGANICÉMONOS”.
Espacio Docente
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