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miércoles, 28 de diciembre de 2011

Una reflexión personal sobre la ley “(anti)terrorista”




Por Eduardo Grüner


1. Cuando ocurrió el conflicto con “el campo”, en el 2008, una de las

consecuencias “íntimas” o “cotidianas” que más lugar ocupó en los

comentarios registraba la división (ideológica, política, y aún

“actitudinal”) en el interior de las familias, los grupos de amigos, los

compañeros de trabajo, los colegas de la facultad, los vecinos, incluso las

parejas. Los que hasta entonces estaban afectivamente cercanos se alejaban,

y aún se enemistaban. En las reuniones familiares o los cumpleaños se

evitaba prudentemente el tema, hasta que alguien no aguantaba más; entonces

bastaba el más tímido o alusivo de los enunciados, para que estallara la

bronca contenida de uno u otro lado, y ahí “se pudría todo”. Se comparaba

ese estallido de las redes que hasta allí parecían indiscutibles con lo que

había sucedido durante el primer peronismo, o incluso durante la guerra

civil española: una manifiesta exageración, sin duda. Pero exagerada o no,

era una interesante micro-sociología a lo Erving Goffman, o algo así.

¿Pasará lo mismo ahora? ¿Soportarán nuestros amigos, colegas, vecinos,

etcétera, que les digamos que lo que veníamos percibiendo como “giros a la

derecha” aparecen condensados en este verdadero volantazo que ya deja

cerca de cero resquicio a la duda? ¿Valdrá la pena, aún así, la discusión?

Miguel Briante (alguien a quien siempre recuerdo con enorme cariño) solía

decir –creo que citando a Chesterton- que “por un buen chiste, vale la pena

perder un amigo”. Pero, claro, esto no es un chiste, ni bueno ni malo. Y,

pensándolo bien, tampoco es en nada comparable a lo del 2008. Porque aquello

–que algunos pensábamos que era una “interna” de la burguesía- de todas

maneras parecía ser en contra de lo que se ha dado en llamar (no por

primera vez en la historia) el gobierno nacional y popular. Esto no. Esto

viene del gobierno nacional y popular.


2. El gobierno nacional y popular tiene ahora, para empezar, y entre

muchos otros, un problema “semántico”: ¿puede ser “nacional” un gobierno que

resigna su soberanía nada menos que para dictar leyes, sometiéndose a las

presiones de un organismo económico internacional como el GAFI, comandado a

control remoto por el Imperio? ¿puede ser “popular” un gobierno que propone

leyes “antiterroristas” que, en manos de jueces conservadores o simplemente

desaprensivos, podría castigar con severas penas de cárcel a unos obreros

que ocupen una fábrica, unos campesinos que protesten por la contaminación

de la minería a cielo abierto, unos maestros que instalen “carpas blancas”

demandando aumento de salarios? ¿se puede seguir diciendo que un gobierno

que hace eso no “criminaliza” o no “judicializa” la protesta social? La

réplica de que la ley introduce una cláusula explícitamente aclaratoria de


que ella no está hecha para eso no resiste el menor análisis, y además

insulta nuestra inteligencia: si hay que aclarar eso ¿para qué se incluyó la

duda en primer lugar? Si la ley está hecha únicamente para los delitos

económicos de las grandes empresas concentradas, o lo que fuere, ¿por qué no

se dijo eso clara, directa e inequívocamente desde el principio? La

respuesta no puede ser más que una: unas cosas hacen pasar las otras. A los
representantes “populares” que la han votado –y cuya obsecuencia ha sido

realmente vergonzosa, precisamente porque son representantes “populares”- se

les sirvió en bandeja una coartada , bajo el argumento de que la ley

contiene también cláusulas presuntamente “progresistas”. Para colmo, se la

hace pasar en voz baja, poco menos que “traspapelada” entre otras leyes

dizque asimismo “progresistas” (el estatuto del peón rural, papel prensa).

Mientras tanto, por supuesto, en las cláusulas “puramente” económicas se

siguen evitando cuidadosamente medidas realmente progresivas –que no es lo

mismo que “progresistas”-, como sería una serie de profundas reformas

financieras, fiscales e impositivas (¡no digamos, Dios mío, una reforma

agraria, ya que de “ruralidades” hablamos!) que podrían hacerse

perfectamente sin “patear” ningún tablero ni flamear banderas rojas, o

siquiera rosaditas desteñidas; ¿cómo se explica que –en una situación de

infinita mayor debilidad que la actual- el gobierno, como no deja de

refregársenos por la cara constantemente, pudo bajar el retrato de Videla,

rechazar el ALCA o reestatizar las AFJP, y después del 54 % se produce este

grandioso retroceso ? ¿O será que no es ningún “retroceso”, sino la tan

mentada profundización del “modelo” (que profundiza, por ejemplo, la ya

bastante siniestra ley antiterrorista del 2007)? Lo de los “representantes

populares” no es ninguna broma: hay entre ellos –y ellas- antiguos

luchadores por los que, más allá de diferencias políticas, podíamos guardar

algún respeto. Ya no. Ver a esas personas (con alguna de las cuales varias

veces hemos tomado café, o cenado, o conversado, o discutido) votando

afirmativamente esta barbarie, eso es de por sí “terrorífico”. Este es,

como se dice, un punto sin retorno. Qué lástima. Para mí, digo, no sé si

para ellos.


3. Pero los problemas “semánticos” continúan. Usar una palabra como

“terrorismo” en un país con la historia reciente de la Argentina, ¡hay que

atreverse! Quizá haya sido finalmente eso (entre muchas otras cosas, se

entiende) lo que ha decidido a personas con posición política tan inequívoca

como Horacio Verbitsky, Mempo Giardinelli o el juez Zaffaroni , a manifestar

su enérgica oposición a la ley. Ni qué hablar, como era dable esperarse, de

todos los organismos de DDHH (con la excepción, hasta ahora, de Hebe). La

enorme ironía –habría que decir, más bien, sarcasmo – es que este gobierno,

que se precia con razón de haber impulsado tantos juicios por crímenes de

lesa humanidad, sólo había empleado el término “terrorismo” para hablar del…

terrorismo de Estado . Habría mucho que decir sobre esta verdadera

perversión lingüística que viene a sumarse a la legal, invirtiendo el uso

de palabras “sagradas”: hasta ahora, los “terroristas” eran ellos (Videla y

Cía.), ahora podemos serlo también nosotros , casi cualquiera. Sobre todo

cuando –como han insistido todos los que se oponen a la ley, incluidos los

simpatizantes del gobierno- el contenido semántico de la palabra es por lo

menos “difuso”. Y esa “difusión”, esa indeterminación, esa “incerteza”, es

el fundamento verdadero del Terror. En alguna parte, Hanna Arendt habla de

la diferencia entre los campos de concentración nazis y los franceses de

Vichy. En los primeros, es sabido, se cosía una estrella amarilla en el

uniforme a los judíos. Eso servía para fracturar la solidaridad: los otros

prisioneros –gitanos, comunistas, opositores políticos, lo que fuera- sabían

que los de la estrella estaban peor que ellos, si eso era posible (y lo

era). Los franceses, en cambio –siempre tan cartesianos y atentos al valor

de los signos- cosían en el uniforme de sus prisioneros muchas diferentes

imágenes arbitrarias sin sentido preciso. Ya no se trataba entonces de la

fractura, sino del estallido de la solidaridad: cualquiera podía estar peor

que yo, o yo peor que cualquiera. Así funciona el Terror: cuando no se sabe

exactamente cuándo nos va a tocar, y por qué. Así funcionó durante la

dictadura de esos que, hasta antes de ayer, eran los terroristas

(estatales). Pero ahora no estamos en dictadura. No es un gobierno nazi. Es

el gobierno “nacional”, “popular”, “democrático” y “progresista” de los

Derechos Humanos. Nos lo van a tener que explicar. Muy despacio y con mucha

claridad.


4. Nos van a tener que explicar, muy despacio y con mucha claridad,

pero ahora , e imperiosamente, cómo es que esto era necesario ahora . Cómo

es que era necesario, con la fuerza del 54 % de los votos, someterse sin

discusión al mandato de ese Imperio siniestro que –los que votaron a altas

horas de la noche, casi en la clandestinidad, rapidito para no “hacer olas”,

no ignoran esto; al contrario, lo han denunciado muchas veces, y eso hace

más insoportable lo que hacen ahora-, ese Imperio siniestro, decíamos, usó

y sigue usando la palabra “terrorismo” para justificar verdaderos genocidios

como los cometidos en Afganistán o en Irak, y antes en Vietnam, en

Nicaragua, en Chile, en la Argentina. Nos lo van a tener que explicar muy

cuidadosamente a todos los ciudadanos argentinos, pero muy particularmente,

en este caso, a los que en su momento, equivocados o no (y ahora,

lamentablemente, sabemos que sí), salimos a defenderlos contra la soberbia

“destituyente” del “campo”, y sin ahorrarnos nuestras críticas ni

identificarnos irreflexivamente con un gobierno al que no habíamos votado,

del cual sabíamos desde siempre cuáles eran sus límites y sus posibilidades,

sin embargo privilegiamos la necesidad de posicionarnos contra lo que

considerábamos “lo peor”. Pero, sobre todo, se lo van a tener que explicar

muy claramente a los que desde el principio confiaron , y trabajaron

arduamente para llevarlos al poder, para transformarlos en sus

representantes. A todos esos jóvenes honestos de la “nueva militancia” con

los que se llenan la boca. A los obreros, los piqueteros, los miembros de

los movimientos barriales, los pobres, los “tercerizados”, que a veces

pusieron el cuerpo por ellos , y que si ahora cortan una calle podrán ser

considerados “terroristas”. Y no sabemos si no correrán algún riesgo los

miles que fueron espontáneamente al velorio de Néstor o a los festejos del

Bicentenario, cortando muchas calles. Y no es que el terrorismo no exista,

no somos ingenuos: es algo de lo que siempre estuvimos enfáticamente en

contra, porque considerábamos que ninguna vanguardia iluminada que ejerciera

la violencia indiscriminada, con el riesgo tantas veces realizado de

masacrar inocentes, iba a “liberar” a ningún “pueblo”. Que esa era una tarea

del propio pueblo, de las masas trabajadoras organizadas y en conjunto. Que

“sólo el pueblo salvará al pueblo” (una antigua consigna peronista ¿la

recuerdan?). Todo esto lo sabíamos. Pero ya no lo sabemos más. Porque ya no

sabemos qué quiere decir “terrorista”. Esos votos nos han quitado hasta el

lenguaje . Y, como advertía Freud: se empieza por ceder en las palabras, y

se termina entregando todo . Nos lo van a tener que explicar.


5. Que se nos entienda bien. Esas “explicaciones” no se las estamos
exigiendo al gobierno . Eso sí que sería una flor de ingenuidad. No. Se las

estamos exigiendo a nuestros “representantes” (porque son nuestros aunque

no los hayamos votado ni nos sintamos “representados” por ellos), muy sobre

todo a aquellas ex militantes de la “patria socialista” y aquellos ex

comunistas, que tienen compañeros desaparecidos, asesinados, torturados,

secuestrados, arrojados de los aviones… por “terroristas”. Ellos ya no

están en condiciones de pedir explicaciones. ¿O sí? ¿No se las deben, por lo

menos, a su memoria , que tanto les gusta honrar en los actos oficiales,

como en ese acto oficial en que honraron a las Madres de Plaza de Mayo media

hora antes de entrar al recinto del Congreso de la Nación (aunque ahora nos

preguntamos de cuál) a votar este mamarracho –así lo llamó Zaffaroni, pero

se olvidó de agregar:- monstruoso ? A ellos se las estamos exigiendo, e

incluso por su propio bien. ¿O necesitamos una vez más caer en el ya cansado

sentido común de recordarles el viejo poema de Brecht (“Primero vinieron…”)?

¿No se dan cuenta del potencial instrumento que acaban de poner en manos de

este o de cualquier gobierno futuro, y del que no pueden garantizar que se

les vuelva en contra a ellos mismos? Porque podrán decirnos –aunque quién

sabe con qué argumentos, a esta altura- que este gobierno no va a usar

“mal” ese instrumento. Pero entonces, ¿para qué lo quieren? ¿Para el

próximo, que podría ser, por ejemplo, Macri? Y si están confiados en que el

próximo va a ser del mismo signo que este, que “no reprime”, entonces ¿para

qué? ¿Nos toman por idiotas? A ellos se las estamos exigiendo, las

explicaciones. Se las estamos pidiendo, también, a los intelectuales

progresistas que saben recitar a Benjamin, por ejemplo aquello de que “si el

enemigo sigue ganando, ni los muertos van a estar a salvo”. Y que ahora se

están dando cuenta –suponemos- de que no, no están, los muertos, a salvo. No

están a salvo, ya, aquellos desaparecidos, etcétera. No están a salvo los

muertos del 19 / 20 de diciembre del 2001 que –porque el círculo de

perversiones no parece tener fin- fueron conmemorados “oficialmente” el

mismo día que se votaba esto. No están a salvo Kostecki y Santillán, ni

Julio López, ni Luciano Arruga, ni “los Ferreyra” (Mariano y Cristian), ni

los qom , ni los del Indoamericano, ni los campesinos jujeños del Ingenio

Ledesma. Tampoco están a salvo esos queridos, llorados, amigos y maestros

que podrían habernos ayudado a encontrar esas explicaciones: León

Rozitchner, David Viñas, Nicolás Casullo, tantos otros. Todos, pero para

este caso especial León, para quien el Terror era justamente uno de sus

temas que más le desgarraban el pensamiento. Muertos, están, todos ellos;

pero no a salvo de que –porque la ley no tiene efecto retroactivo, pero el

lenguaje sí- ahora sean todos ellos “terroristas”. De que sean, pues,

equiparados –porque el círculo de perversiones no parece tener fin- con los

que asesinaron a las víctimas de la Embajada y de la Amia, dos actos

terroristas incalificables que ahora están siendo usados -porque el círculo

de perversiones no parece tener fin- para justificar esto . A ellos, a todos

ellos, y ellas, se las estamos exigiendo, las explicaciones.

6. Y estamos esperando –“desesperadamente”, si se disculpa el mal juego

de palabras- la próxima Carta Abierta. Que no dudamos llegará rápidamente.

¿Verdad que sí?









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