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viernes, 24 de diciembre de 2010

Pili, de Patricio Chaija (Novela-Ediciones Simurg, 2010)

Por Hernán Bergara*

Por ahora, este escritor diluye virtudes en una escritura desatenta. Dicho esto, hablaremos de esas virtudes, que no son poca cosa cuando muy a menudo no hay qué diluir.
El primer acierto es de Ediciones Simurg. Esta editorial, entre independiente y no, entre servicio de imprenta libre de ojo crítico y prestigioso sello, es muy eficaz por su intermitencia. Muchas veces es intermitente en la selección de lo que acepta publicar, y muchas otras acepta publicar textos intermitentes como este. En cualquier caso, y por este mecanismo suyo, la editorial sigue siendo parcialmente irresponsable y totalmente indispensable. Sus dos atributos aparecen juntos con la publicación de la primera edición de Los sorias, de Alberto Laiseca, en 1998.

El autor de Pili leyó con atención y acato los caprichos estéticos dominantes en la tradición novelística argentina: la autoconsciencia explicitada en el uso de los procedimientos narrativos (y por eso algunas versiones de la ironía), la apología de los indicios, la insegura necesidad de un lector-discípulo necesitado de un mediador (de un profesor, de un crítico literario) que lo introduzca en el abecé de las sutilezas. Hay repeticiones (todos los personajes se encogen de hombros) y motivos inmotivados (la misma comparación con el mar sale de boca del narrador y de personajes, lo que hace peligrar la distinción entre uno y otros). Sobran paréntesis: “si alguien se suicida es porque no escuchó Radiohead. (¿Cómo alguien que conoce esas obras de arte tan intensas puede desear abandonar este mundo, si sabe que no oirá nunca más esas canciones?)”. Cuando la impostura, prescindible ortopedia, se descuida, acontece lo que aquí promete y nos convoca: un narrador con inventiva verbal: “Los acontecimientos tal vez estaban diseñados pero invisibles, como los caminos que dibuja en la superficie de un vidrio el impacto que lo romperá”, un atractivo compaginador de paralelismos o de confluencias (el espacio de Villa Ventana como zona de un perturbador eterno retorno de los personajes construye la historia, policial o fantástica). La falta de necesidad de resolver todas las incógnitas que se dejan en suspenso domina, con fortuna, al impulso didáctico. Saludable autocensura, pero es utilizada indiscriminadamente (también hay una lexical que produce parlamentos artificiales, impedidos).

Pero la contracara en esta novela, que sigue a una adolescente esquizofrénica o doble, es el profesor que la narra y la institución por él narrada: un colegio con recursos. Docentes despreocupados. Mujeres convertidas en monstruos parciales. Preceptoras sin intuición. Recursos materiales y desinterés humano, en suma. Recursos que ocultan el desinterés. Recursos que lo habilitan, que son el lado b de la desidia. Estructuras que dan por terminado el trabajo cuando a los adolescentes ya “no les hace falta nada”. Esa es la experiencia siempre doble de la novela, y en ella, en su don de hacer de lo doble, contrapuesto y simultáneo algo más bien propio de la indiferencia, reside su hallazgo más complejo.

Por supuesto que las estructuras no salen a las calles. Están hechas para que salgamos a la calle nosotros.

Monstruosas moralejas las que marcan los cuerpos de los monstruos.

*Licenciado en Letras. Docente universitario

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