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viernes, 24 de septiembre de 2010

Laureano Huayquilaf. Poeta Patagónico

Noticias de viajes
Por Sergio Pravaz
Para aprender a respirar del modo en que lo exigen las palabras es preciso hallar un espacio que nos despierte hasta el último de los gestos que uno imagina que puede dar.
Para aprender a moverse en el mundo donde ellas tienen dominio, es mejor intentarlo sin pensar demasiado, puede ser un viaje colosal o ingrato.
Para seguir sus miradas, sus guiños y aprender sus códigos todo debe ser consagrado a esa actitud; su demanda no tiene límite y hay que entregar todo al aprender; en necesario encontrar una disciplina para sentarse y no esperar; para escribir aprendiendo a pensar, no el pesar que nos habita desde siempre, sino ese otro que tal vez también estuvo siempre y ellas nos están descubriendo.
Las horas largas como las patas de los ñandúes, dispuestos los tendones y sin flaquezas, horas y horas para que aparezca el tono, esa vibración que predispone y hace que el tiempo sea distinto para que salte el roce, el brillo inesperado, una voz que alumbra para que continuemos y que sólo aparece bajo estas circunstancias; no son otras reglas.

Entonces es probable que nos cencerros balen en su aguada con los hilos de la poesía; noticias del viaje queriéndolas nuevas, como un ayer que calza sonrisas de aire fresco, esa perspectiva que es un donde claro para decir, y que la fisura se trague un fondo blanco de palabras, de un voleo todas juntas, las huesudas, las grandes, las tímidas, todas las enteritas vueltas a la mesa para que el Chino Laureano pase la noche, el día, vuelva la noche y él ahí, paladeando el espesor, midiendo a ciegas, con los ojos bien abiertos y el nervio en la camiseta para que salgan y se ordenen, digan o susurren, sin fatalidad, con la paciencia como una minifalda roja que se cae y el Chino que regresa a su viejo oficio de caminante a patear tachos por las chacras buscando aquellas que se le han perdido o se resisten a aparecer.
De eso se trata su método; una vez que cree tener las suficientes da vuelta la bolsa y las tira al elástico de la cama y zarandea firme mientras elige, mira, ilustra; las ensaliva para pegarlas todas juntas y vuelve a mirar mientras comienza de nuevo su proceso y dale a la zaranda hasta que se guarda un puñado y las estira suavemente, las huele, las toca, les dice cosas, las da vuelta y así continúa hasta que le vibra esa cuerda al costado del hombro, que es como una lucecita, un anuncio, un letrero que brilla y lo quema; finalmente lo incendia.
Así son las cosas con el Chino y su búsqueda palabral; él se larga porque está acostumbrado a eso de ir pensando con el correr de la pluma, descubrimientos íntimos que ayudan a ser; cronista urbano que no se repara en riesgos y se manda para construir esa otra perspectiva que lo reconstruye, lo hace ser otro, él mismo, pero distinto.
El lenguaje es su refugio y su memoria, sus posibilidades para experimentar mientras obstinado continúa buscando su huella, ese lugar que todavía, tal vez no se ha atrevido a soñar.


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