Texto: Virginia Morant
Fotos: Axel Binder.
Al fin Trelew ha soltado un grito contenido
durante 40 años, el grito de justicia. La Masacre de Trelew, ocurrida en 1972, en la Base Almirante Zar,
ha sido declarada Crimen de lesa Humanidad y tres de los ejecutores han sido
condenados por la justicia oral federal, aunque el panorama no fue tan
prometedor en todo momento, ya que al iniciarse la lectura de la sentencia, el
pueblo tuvo que escuchar, apretando los dientes de bronca e impotencia, la
absolución de culpa y cargo de Jorge Bautista por encubrimiento como juez
militar investigador de la causa y la de Rubén Paccagnini como autor mediato de
los homicidios. Entonces, cuando uno/a empezaba a avizorar un desenlace
desgarrador, el alma volvió al cuerpo, así, en un suspiro, como si se tratara
de alguna especie de juego perverso en el que se quisiera experimentar con las
emociones ajenas, al escuchar la condena a cadena perpetua en cárcel común a
Emilio Sosa, Emilio Del Real y Carlos Marandino; claro que no todo es tan
sencillo, ya que seguirán caminando por las calles, libremente, hasta que la
sentencia quede firme. También se decidió pedir, una vez más, a Estados Unidos
la extradición de Guillermo Bravo, para poder juzgarlo como otro de los
ejecutores de este crimen de lesa humanidad. En cuanto a Horancio Mayorga, se
resolvió hacerle chequeos periódicos para determinar su estado de salud, el cual lo ayudó a salvarse
del banquillo en este juicio.
Como ciudadano/a, como militante, como ser
humano/a, uno/a se siente insultado en su inteligencia, si este fue un crimen
de lesa humanidad ocurrió en el marco de un plan represivo, del cual Paccagnini
fue pieza clave, como jefe de los
ejecutores, sabemos sobradamente cuales son los mecanismos de acción militares
y su obediencia respetada a rajatabla, pero esa es una batalla que otros
librarán en su conciencia.
Lo cierto es que esta vez la tragedia no se
repite como farsa, hoy la tragedia se convierte en juicio, en condena, en
justicia y sienta precedente, porque esta sentencia le dice al mundo que los
hechos del 72’
fueron el germen del terrorismo de Estado, el ejemplo en carne viva del más
despiadado mecanismo de exterminio del que inmediatamente después se servirían e
institucionalizarían el resto de las dictaduras latinoamericanas, instalando
así la cultura del miedo, de la desaparición, del “algo habrán hecho”. Fue un
plan de exterminio, sí, quisieron colonizar las conciencias y en cambio
consiguieron inmortalizar a toda una generación que con su huella nos marcó el
camino, el camino que marcan los que mueren de pie, o los que no mueren, sino
que viven eternamente en cada lucha que se libra en pos de una sociedad más
justa, pero su sangre no es en vano, es el triunfo de la verdad sobre la
impunidad, una verdad que Trelew supo desde el principio, por eso, así como
octubre de 2012 quedará para siempre como una gesta histórica, también octubre
del 72’
tiene su lugar en la historia viva de este pueblo, que se levantó en asamblea
popular por varios días, y apropiándose del teatro más importante del lugar, le
demostró al mundo que el miedo y el horror no los paralizaría. Y así fue que
Trelew nunca más se paralizó, nunca más olvidó, porque la memoria así lo
impuso, y porque la memoria no es un cartel gigantesco, estático, a un costado
del camino, que nos indica que a pocos metros, en la Base Almirante Zar,
se cometieron crímenes de lesa humanidad, la memoria nos impulsa a honrar la vida,
también duele en el cuerpo y en el alma, pero sobre todo, obliga a ponerse en
movimiento, a luchar y a ser conscientes de que esta victoria no es total, pero
sí es una batalla ganada, porque se ha dictado una condena oral y federal a un
crimen que hace ya mucho tiempo fue sentenciado por todo un pueblo.
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