La conmemoración, así como el hecho de trabajar por la memoria, no sólo individual sino colectiva, nos ayudan a construir nuestras propias identidades, en tanto sujetos sociales integrantes de una comunidad más vasta de intereses comunes, los que definirán nuestro grado de pertenencia de clase así como nuestro grado de conciencia de clase, no sólo para saber el lugar que ocupamos en el sistema de dominación sino para forjar nuestras estrategias de lucha, a la hora de impugnar el orden social naturalizado e internalizado por los trabajos de inculcación cultural por parte de la clase dominante.
Así lo hicieron quienes lucharon y fueron asesinados en Chicago, Estados Unidos, entre los años 1886 y 1887, al tiempo que dieron carácter sancionatorio al recuerdo del 1° de Mayo como día internacional del Trabajo, no sin antes legar a la memoria histórica, su ideario encendido.
Debe destacarse que lo que se dirá ha sido seleccionado y es fruto de diversas expresiones de varios de los condenados a muerte, a saber:
“Hablaré poco y seguramente no despegaría los labios si mi silencio no pudiera interpretarse como un cobarde asentimiento a la comedia que se acaba de desarrollar. Lo que aquí se ha procesado es la anarquía y ésta es una doctrina hostil opuesta a la fuerza bruta, al sistema de producción criminal y a la distribución injusta de la riqueza. Ustedes y sólo ustedes son los agitadores y conspiradores” “Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno, pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida” “Honorable Juez, mi defensa es su pobre acusación, mis pretendidos crímenes son su historia … Puede sentenciarme, pero al menos que se sepa que ocho hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia” “No, no es por un crimen que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos: nos condenan a muerte por la anarquía y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡Soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!
El relato de la ejecución por José Martí, intelectual cubano, corresponsal en Chicago del periódico La Nación de Buenos Aires, dice: “salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como de un teatro … Firmeza en los rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el de Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: “Llegará la hora en que nuestro silencio será mucho más elocuente que las voces que ustedes estrangulan hoy. Este es el momento más feliz de mi vida”. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuerpos caen y se balancean en una danza espantable”.
Lo expuesto prueba una vez más, así como lo cotidianos sucesos de nuestras luchas, que la historia no ha muerto, que las luchas y las contradicciones en el seno de la sociedad siguen motorizando su desarrollo, a fin de entender los que nos pasó, lo que nos pasa y lo que nos pasará.
Son tiempos de cambios, de luchas, de resistencias, de alternativas que deben ser articuladas con el fermento social en alza a fin de alterar el status quo de relaciones sociales de explotación y dominación capitalista, que sancionan el orden social, así como la ideología y la cultura dominantes, conformadoras de la hegemonía de clase ejercida al conjunto de las clases oprimidas.
Los patrones enseñaron a la primera generación de obreros industriales la importancia del tiempo; la segunda generación formó comités de jornada corta por las diez horas, la tercera hizo huelgas para conseguir horas extra y jornada y media. Habían aceptado las categorías de sus patronos y aprendido a luchar con ellas. De allí, en suma, la importancia de las luchas por la reducción de la jornada laboral en la segunda mitad del siglo XIX,
Sin embargo, hoy, ya es hora de luchar por romper con los moldes clásicos y repensarnos como identidades nuevas, las que deberán ser resignificadas a la hora de construir espacios de contra-hegemonía.
No más alienación, no más enajenación, no más extrañamiento para con lo que hacemos, que nuestro hacer sea un hacer en posición de afirmarse como un saber situacional, el que nos ayude a construir una realidad distinta.
Es así que la construcción y/o conformación de una memoria histórica y una identidad colectiva, responde a la necesidad de impugnar los procesos colectivos de internalización de la cultura dominante, la que recrea nuestro pasado histórico desde una apuesta a la visión de los vencedores del sistema de dominación, marginando, sojuzgando y condenando a la memoria histórica y la identidad colectiva a reproducir permanentemente las relaciones sociales de producción dominantes, quitándosele, al mismo tiempo, el carácter revolucionario y transformador de esa memoria como garante convencida de una liberadora identidad colectiva.
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